Cuentos de valores

Las púas de la amistad
Érase una vez un erizo que vivía en el bosque. Aquel erizo estaba llenito de púas (y hasta aquí todo normal). De hecho aquella situación era buena, puesto que sus púas conformaban un sistema natural de defensa que le alejaba de todo peligro. Ni siquiera los animales más salvajes se atrevían a acercarse a él por miedo a ser heridos.
De esta forma el erizo iba de acá para allá sin ningún miedo. Igual le daba cruzarse con una serpiente de cascabel que con un fiero tigre. Estaba muy tranquilo con sus púas y caminaba muy seguro de quien era.
Pero además de fuerte y valiente, aquel erizo era uno de los animales más amables y generosos del bosque. Y es que no dudaba en entregarle sus púas a aquel que las necesitara, con tal de salvar de los posibles y naturales peligros del bosque a cualquiera de sus amistades.
Pero un día el erizo se dio cuenta de que tan solo le quedaba una púa sobre el lomo. Había sido tan generoso con los demás que las había ido perdiendo, una tras otra, casi sin darse cuenta. Y finalmente, la púa que le quedaba, decidió regalársela a un ratón que huía temeroso de un gato fiero y hambriento. ¡Qué feliz se sintió el erizo al ver como el ratón usó su púa de espada para ahuyentar al gato!
Y en estas llegó una temible serpiente, que observaba desde hacía días al erizo generoso, y poco a poco fue aproximándose al él, que disfrutaba del sol con la pancita arriba ajeno a todo mal.
Pero no creáis que el erizo tenía miedo, amiguitos. Estaba tan convencido de que cada cual tenía que aceptar su destino y las consecuencias de sus actos, que vivía feliz a pesar de no tener ya sus púas consigo. El erizo del que os hablo, era un ser muy consecuente, además de amable. Y por ese motivo sus amistades no podían dejar que la serpiente se lo zampara después de haber hecho tanto por los demás.
Y poquito a poco los animales del bosque se fueron acercando hasta conseguir abalanzarse sobre el temido reptil. Con ayuda de todas y cada una de las púas que el erizo había regalado, consiguieron atemorizar a la serpiente, que huyó finalmente despavorida y sin comer.
El erizo había entregado todas sus púas en favor de la amistad, y el destino (del que tanto hablaba nuestro erizo) supo responder convenientemente a noble su gesto.

EL BRILLO DE LA LUCIÉRNAGA
Un día como otro cualquiera, en un campo no muy lejano, una mariquita y una mariposa, grandes amigas, pasaban la tarde burlándose de una luciérnaga. La mariquita tenía unos colores vivos que alegraban mucho el campo, al igual que la mariposa, cuyas alas parecían teñidas de purpurinas. Presumidas por sus grandes cualidades físicas, no lograban ver con buenos ojos a una luciérnaga vecina y, por ende, no la querían como amiga.
Eres un bicho muy feo, vecina- Dijo la mariposa sin ningún pudor refiriéndose a su vecina luciérnaga.
Pero la luciérnaga no respondía a aquellos comentarios burlones y despiadados, ni se sentía humillada ni avergonzada por su aspecto poco llamativo. Ella vivía tranquila segura de sí misma. Tanto, que un día se atrevió a enfrentarse a la mariquita y la mariposa proponiéndoles un interesante plan.
Mañana por la noche voy a dar una vuelta por los prados. Me gustaría que vinierais vosotras también, pues tengo una sorpresa que daros.
La mariquita y la mariposa, que eran muy dadas a la curiosidad, decidieron aceptar la propuesta de la luciérnaga acudiendo veloces en la noche al prado al que se refería su vecina. Pero no lograban encontrar a la luciérnaga por ningún sitio. Pronto, sin embargo, un brillo extraordinario captó la atención de ambas. Sobre el cielo oscuro de la noche parecía verse una estrella muy cercana y con un resplandor brillante y precioso. La estrella pronto descendió posándose a los pies de la mariquita y la mariposa. ¡Cuál fue el asombro de las dos al observar que aquella estrella era en realidad la luciérnaga de la que tanto se habían burlado!
Avergonzadas, pidieron disculpas a la luciérnaga que las aceptó con mucho agrado, recordándoles mientras se marchaban que, la mayoría de las veces, las apariencias engañan.

EL GOLOSO PULPI
Al pulpo Pulpi le encantaban los dulces. Daba igual que forma tuviesen, su color o su sabor. Simplemente, ¡le gustaban todos! Su sueño en la vida era poder habitar en un país con forma de nube, tener una casa de gominola, y dormir sobre una colcha de algodón de azúcar. Pero como sabía que todo aquello iba a ser muy difícil, procuraba cumplir su sueño a diario de otra manera.
Pero aquella forma que había encontrado de rendirse al dulce, implicaba mentir a mamá. ¿Cómo lo hacía? Pues cada día, sobre todo en verano, Pulpi le pedía a su madre dinero para comprarse un caramelo. Como Pulpi se portaba muy bien y ayudaba mucho en casa, a mamá no le parecía mal que Pulpi tuviera ese pequeño capricho cada día, dado su buen comportamiento. De este modo, Pulpi acudía cada día a la tienda de doña Estrella de mar, que ya era muy mayor y apenas veía nada.
Aprovechándose de la situación, y de que la pobre señora Estrella de mar no se enteraba muy bien de cuanto sucedía a su alrededor, el pequeño Pulpi vaciaba casi toda la tienda, llevándose montones de pasteles y chucherías. Doña Estrella de mar no daba abasto a reponer las mercancías de su negocio, ni terminaba de comprender el por qué se le agotaban tan pronto.
Pero la avaricia de Pulpi un día le pasó factura, y fue tan grande el dolor de tripa que se cogió que ni salir pudo en una semana de su cama. El médico, que confirmó rápidamente el terrible empacho de Pulpi, ayudó con su diagnóstico a descubrir su engaño y también a sacar a la señora Estrella de mar de todas sus dudas en cuanto a los dulces que vendía y los que no. "Descubierto el pastel", y nunca mejor dicho, entre la mamá de Pulpi y la señora Estrella de mar decidieron darle su merecido y ponerle a colaborar como ayudante en la tienda hasta que doña Estrella recuperase todo el dinero perdido. Sin duda iba a pasar mucho tiempo allí, dada la cantidad de productos que había hurtado de la tienda por su terrible obsesión con el dulce.
Tras aquellos días en la tienda de chucherías, rodeado de kilos y kilos de azúcar, y con el doloroso recuerdo de su fuerte indigestión, Pulpi decidió que no volvería a probar un solo dulce en su vida, ni por supuesto, a mentir a mamá.
Y como es lógico y normal, Pulpi solo cumplió la segunda de sus promesas...

LA AYUDA DE LOS DEMÁS
A veces, cuando nos ponemos enfermos y estamos solos, solemos agradecer la compañía de otros para llevar con mayor facilidad nuestra recuperación. Esto era lo que pensaba un día de verano una gallina en su casa, atacada por una tremenda gripe, al tiempo que se lamentaba por no tener a nadie de confianza a su alrededor.
Un día, mientras la pobre gallina se recuperaba sola de su molesto resfriado, su vecino, un gato muy egoísta y con ideas escasamente buenas, decidió visitar a la gallina para ver cómo se encontraba o si podía ayudarla en algo para que se recuperase más pronto y con más tranquilidad. Lamentablemente, esta tan solo era la excusa que el gato había perpetrado para presentarse ante su vecina, y no la pensaba cumplir.
¡Conseguiré engañar a mi vecina, y esta, con el juicio nublado a causa de la fiebre, me dejará entrar sin problemas! Cuando esto ocurra, me abalanzaré sobre ella hasta que tan solo queden las plumas - Pensaba el despiadado del gato, que llevaba días sin comer y cada vez se sentía más atrevido.
Al verle, la gallina, que era muy lista, supo muy bien a qué se debía aquella visita y decidió exagerar los síntomas de su gripe para engañar al gato:
¡Qué bien que me visita! ¿Podría usted ayudarme, don gato? Necesito poner agua a calentar para calmar mi garganta. ¿Podría usted hacerlo?- Preguntó la gallina.
El gato, convencido de que había conseguido engañar a la gallinita enferma, decidió poner el agua a calentar. Una vez lista y bien calentita el agua, pidió al gato que le acercase su tacita con una rica infusión. Al acercarse, la gallina batió sus alas sacando fuerzas de flaqueza, hasta verter el agua casi hirviendo de la taza sobre la cola de su vecino. ¡Cómo aullaba de dolor!
Y de esta forma, el gato jamás volvió a molestar a su vecina, ni mucho menos, a provecharse de las debilidades de los demás.

El caracolillo Gustavillo
Gustavillo era un caracolillo que vivía feliz en el fondo del mar; se mecía al ritmo de las corrientes marinas, reposaba en la arena, buscando algún rayo de sol y de vez en cuando daba sus paseos.
Un día un cangrejo le vio y le dijo:
- ¿Puedo vivir contigo?
Gustavillo se lo pensó dos veces y al final decidió ser, como un antepasado suyo un cangrejo ermitaño.
Empezaron a vivir juntos el cangrejo dentro del caracol y al poco comenzaron los problemas: el cangrejo se metía las pinzas en la nariz, hacía ruidos cuando comía, no ayudaba en la limpieza...
Una mañana Gustavillo le dijo al cangrejo todo lo que no se debía hacer, con paciencia , explicándole que:
- Hurgarse en la nariz, es de mala educación y además puede hacer daño
- Se mastica siempre con la boca cerrada
- Hay siempre que colaborar en la limpieza y orden de dónde se vive
El cangrejo se quedó callado, salió de la casa y se perdió durante varios días.
Cuando volvió habló con Gustavillo y entre los dos juntitos hicieron una lista de las cosas que, para estar juntos, debían hacer para que todo funcionara bien.
A partir de ese momento se acoplaron a convivir juntos y fueron muy, muy felices, el cangrejo, daba a Gustavillo largos paseos y el caracolillo arropaba al cangrejo cuando había marea.
Autor: María del Carmen Castillo

Carrera de zapatillas
Había llegado por fin el gran día. Todos los animales del bosque se levantaron temprano porque ¡era el día de la gran carrera de zapatillas! A las nueve ya estaban todos reunidos junto al lago.
También estaba la jirafa, la más alta y hermosa del bosque. Pero era tan presumida que no quería ser amiga de los demás animales.
La jirafa comenzó a burlarse de sus amigos:
- Ja, ja, ja, ja, se reía de la tortuga que era tan bajita y tan lenta.
- Jo, jo, jo, jo, se reía del rinoceronte que era tan gordo.
- Je, je, je, je, se reía del elefante por su trompa tan larga.
Y entonces, llegó la hora de la largada.
El zorro llevaba unas zapatillas a rayas amarillas y rojas. La cebra, unas rosadas con moños muy grandes. El mono llevaba unas zapatillas verdes con lunares anaranjados.
La tortuga se puso unas zapatillas blancas como las nubes. Y cuando estaban a punto de comenzar la carrera, la jirafa se puso a llorar desesperada.
Es que era tan alta, que ¡no podía atarse los cordones de sus zapatillas!
- Ahhh, Ahhh, ¡qué alguien me ayude! - gritó la jirafa.
Y todos los animales se quedaron mirándola. Pero el zorro fue a hablar con ella y le dijo:
- Tú te reías de los demás animales porque eran diferentes. Es cierto, todos somos diferentes, pero todos tenemos algo bueno y todos podemos ser amigos y ayudarnos cuando lo necesitamos.
Entonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de ellos. Y vinieron las hormigas, que rápidamente treparon por sus zapatillas para atarle los cordones.
Y por fin se pusieron todos los animales en la línea de partida. En sus marcas, preparados, listos, ¡YA!
Cuando terminó la carrera, todos festejaron porque habían ganado una nueva amiga que además había aprendido lo que significaba la amistad.
Colorín, colorado, si quieres tener muchos amigos, acéptalos como son.
FIN
Cuento de Alejandra Bernardis Alcain (Argentina)

El gigante tragón
Érase una vez una abuelita que vivía con sus tres nietas. Las tres niñas ayudaban en las tareas del hogar por el cariño que sentían a su abuela.
Un día la abuelita les dijo que en cuanto acabaran cada una de ellas su faena de la casa, podían bajar a la bodega a merendar pan con miel. Al poco rato la pequeña de las tres hermanas acabó su labor y marchó a la bodega. Nada más llegar, en la puerta y sin llegar a entrar, escuchó una voz que cantaba:
- Pequeña, pequeñita, no vengas acá, tralará, tralará...
-¿De dónde ha salido esa voz?, se preguntó la pequeña, y decidió entrar. Zas!! En ese mismo momento el gigante Tragón la metió en un saco y lo cerró.
Al cabo de media hora, la hermana mediana acabó su labor y le dijo a su abuelita que marchaba a merendar pan con miel a la bodega.
-Está bien - le dijo la abuelita- y de paso dile a tu hermana que está tardando demasiado en volver a casa.
-Muy bien abuela, se lo diré. En cuanto llegó a la puerta de la bodega, justo antes de entrar, escuchó una voz que cantaba:
-Mediana, medianita, no vengas acá, tralará, tralará...
-¿Quién anda ahí? Preguntó la niña, y aunque no escuchó respuesta, decidió entrar. Zas!! De nuevo el gigante Tragón encerró a la hermana mediana en el saco junto a la pequeña.
Pasado ya mediodía, la abuela se acercó a la hermana mayor y le preguntó
-¿Todavía no has acabado?
-Me falta poco abuelita, ya voy.
-Hazme un favor, déjalo ya, acércate a la bodega a ver que hacen tus hermanas, se está haciendo muy tarde... Y así lo hizo, pero cuando llegó a la puerta de la bodega pudo oír a alguien cantar:
-Mayor, mayorcita, no vengas acá, tralará, tralará... Con toda curiosidad se acercó y Zas!!! Las tres hermanas acabaron en el saco del gigante Tragón.
Con toda la preocupación del mundo la abuelita salió a buscar a sus nietas, y al llegar a la puerta de la bodega escuchó cantar:
-Abuela, abuelita, no vengas acá, tralará, tralará...
-Ay Dios mío, mis niñas, seguro que ese gigante Tragón las ha cogido... - Pues la abuelita ya conocía al malvado gigante.
Corrió y corrió en busca de ayuda pero no encontró a nadie, y sentada en una roca llorando por sus nietas, se le acercó una avispa a preguntar:
-Ancianita, ¿qué le sucede? ¿Se encuentra usted bien?
-Mis nietas, las ha raptado el gigante Tragón, pobrecitas mías.
-No se preocupe abuelita, ese malvado tendrá su merecido. Enseguida la avispa avisó a todas sus amigas del enjambre, y con voz de ataque gritaron:
-Vamos a por ese gigante malvado, hay que darle su merecido, ¡¡¡adelante compañeras!!!!
En el momento que el gigante Tragón salía de la bodega camino al bosque, todas las avispas empezaron a picotearle sin parar. Éste salió corriendo temeroso de los picotazos y olvidándose allá mismo del saco con las tres pequeñas.
Las niñas pudieron salvarse de las garras del gigante Tragón gracias a unas avispas muy avispadas. Finalmente, la abuelita y sus tres adorables nietas marcharon a casa para merendar un rico pan con miel.
FIN
Autor: Raquel Fernández Pérez